El universo y el cuerpo humano siguen un principio físico básico, llamado «movimiento», que se traduce en un estado de perpetuo cambio, establecido mediante el equilibrio entre el orden y el caos. 

Lo que hace que un ser vivo exista se basa en la capacidad de autosustentar este movimiento, dotado por el corazón; el cual confiere este «desorden ordenado». El corazón, entonces, funciona como una bomba de este líquido misterioso, llamado «sangre», que se mueve en toda la economía, todo ello en tenor con el intercambio gaseoso y la capacidad   adaptativa a la vida acuática y/o atmosférica de un organismo vivo. 

Si comparamos el corazón del resto de las especies vivientes en nuestro planeta, los peces tienen una sola aurícula y un ventrículo, donde la palabra «aurícula o atrio» se refiere a la entrada de un recinto, por lo que entendemos que este recoge la sangre no oxigenada proveniente de todo el cuerpo. El corazón de los peces hace pasar la sangre por las branquias, que se filtran con el agua, y oxigenan los tejidos, lo cual depende, a su vez, del movimiento del pez y del contenido de oxígeno en el agua.

Conforme se fueron adaptando las especies a una vida atmosférica, ello originó el marco evolutivo del desarrollo de un sistema de capilares tanto pulmonares/branquiales (anfibios), como sistémicos, lugar en donde se realizan los intercambios de gases y de nutrientes.

Los capilares son las estructuras vasculares muy pequeñas, las cuales se asocian a los alvéolos, que son unos pequeños sacos de aire, que en su conjunto dan origen a los pulmones, donde se produce el intercambio gaseoso en animales adaptados a la vida atmosférica. Y, por otra parte, los capilares sistémicos se encuentran nutriendo todos los órganos del cuerpo, así como la extracción del dióxido de carbono en los tejidos.

La aurícula derecha recibe la sangre de todo el cuerpo, con pobre oxigenación, y la hace pasar a través de una válvula denominada «válvula tricúspide» (tres valvas), que permite el paso al ventrículo derecho, pero no el retorno a la aurícula derecha. Posteriormente, esta sangre es empujada por el ventrículo derecho a la arteria pulmonar, atravesando la válvula pulmonar y, subsecuentemente, a la arteria pulmonar, después, a todos los capilares pulmonares de ambos pulmones. Todo el sistema cardiovascular derecho es de baja presión, no mayor a 20 mmHg, en condiciones normales. La pregunta que surgiría es: ¿Por qué la sangre de la arteria pulmonar se llama arteria y no vena, ya que su contenido de oxígeno es bajo? La respuesta es que todo aquello que sale del corazón es arteria y todo aquello que llega al corazón es vena.

La aurícula izquierda es, de igual forma, una estructura que recibe sangre oxigenada, proveniente de los pulmones, en cuatro venas pulmonares, dos de cada lado, comunicando con el ventrículo izquierdo, cuyo tránsito por la válvula mitral (referencia a la mitra de un obispo) permite el paso, pero no retorno de la sangre a la aurícula izquierda, como si fueran las puertas de una cantina. Subsecuentemente, la sangre llega al ventrículo izquierdo, pasando por la válvula aórtica hasta llegar a la aorta, vaso más grande de la economía, que distribuye la sangre a todo el cuerpo, pero mediante un sistema de mayor presión 120/80 mmHg.

Lo maravilloso del corazón es que es una estructura que, de forma única, funciona como un sistema de dos bombas separadas, que mueven la misma cantidad de sangre (5 litros por minuto en un sujeto de 70 kg), pero a distintas presiones. Nuestra condición de bipedestación hace que, en conjunto con el sistema respiratorio, en correspondencia con la mecánica del diafragma, funcione como un sistema de sifón, que mantiene el circuito en movimiento. La pulsación es el nombre que recibe por la manifestación mecánica de los latidos cardiacos en las arterias de la muñeca, para poder garantizar la adecuada presión de perfusión, necesaria para otorgar el oxígeno y, de igual forma, extraer el bióxido de carbono de los tejidos.