Carlos Riera-Kinkel

Entre suspiros entrecortados y lágrimas que se escurren por la cara hasta llegar a las comisuras bucales, apretadas por la angustia, y después de muchas noches sin dormir, tratando de develar la esencia de la vida, asociada a una enfermedad cardiaca que lo limita todo, pues es justamente el corazón el que sustenta el movimiento del frágil equilibrio de la vida, y de donde surge mi vocación quirúrgica por la cirugía cardiaca, que restituye la esperanza y la capacidad de poder reparar ese movimiento. Me recuerda la obra del artista plástico francés Jean Louis Corby, en la ciudad de Ginebra: “El vacío del alma”, que ejemplifica esta condición de abatimiento y desesperanza, del hombre que busca en su interior.

Albert Gyorgy, 'El vacío del alma' – MARIANO JESÚS CAMACHO

Escultura de Jean Louis Corby El vacío del alma.

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Espacio pericárdico vacío, momentos antes de implantarlo.

El trasplante cardiaco surge como una alternativa terapéutica, muy efectiva para solucionar la Insuficiencia cardiaca, brindando a los pacientes muchos latidos de esperanza.  Cómo no recordar todas esas madrugadas en la que nos hemos enfrentado a realizar este procedimiento, con una logística que incorpora a todo un ejército de médicos cirujanos, cardiólogos, intensivistas, personal de perfusión, enfermeras, cuyo trabajo culmina con un profundo sentimiento de felicidad y satisfacción, al lograr llenar ese vacío, y ver latir nuevamente ese corazón, que minutos antes estuvo en otro cuerpo y que ahora llena todo el  universo de este paciente. 

  Ese espacio también hacía unos minutos el receptor sentía el vacío por la  tristeza, ante la imposibilidad de poder jugar con sus hijos, de compartir unas vacaciones con su familia, o bien de un sinnúmero de actividades limitadas por la falta de aire, alimento de vida.   

     Esta noción de los límites entre el espacio y la materia, del movimiento y sus cambios se centran en el corazón, irradiando un toroide de vida, garante de movilidad, que se difunde por todo su cuerpo, arquetipo del universo, y que se vuelca por la acción derivada del amor, de una familia que dona vida, extendiendo esta a otros, convirtiendo esta acción en la más noble que la medicina pueda ver, en un acto de amor, donde el cirujano solo funciona como un instrumento que facilita el proceso. 

    Todos buscamos la razón de la existencia, que nos libere de este vacío, refugiándonos en el ejercicio de nuestra vocación, y de todo lo que amamos. La racionalidad o irracionalidad de estos sentimientos que nos acompañan, en la soledad de nuestros pensamientos, y en el cansancio que este provoca, pero que son justificados, cuando se ve latir nuevamente ese corazón, que cambio de dueño, pero no de razón, justificando nuestro existir.

   “Doy gracias a la vida por darme la oportunidad de llenar ese vacío”. 

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